Nuestra aventura en Rumanía comenzó varios meses antes del viaje, cuando empezamos a plantearnos la idea de ir a raíz de que nuestros tíos están viviendo en Bucarest por motivos de trabajo. Una vez decidimos ir empezamos a recopilar información que puede ser útil a todo el que quiera hacer un viaje similar.
Índice
- 1 Transporte
- 2 Comer
- 3 Dormir
- 4 Dinero
- 5 Seguridad
- 6 Llegada a Bucarest la capital de Rumania y tour nocturno (Día 1)
- 7 Descubriendo Bucarest – Que ver (Día 2)
- 8 ¡Rumbo al norte de Rumania! (Día 3)
- 9 De los monasterios de Bucovina a Transilvania (Día 4)
- 10 Sighisoara, Braşov, Bran y Sinaia (Día 5)
- 11 Último día en Bucarest, Rumania (Día 6)
Transporte
Transporte: hombre, se puede ir en autobús o en coche, pero en nuestro caso, que vivimos a más de 2000 kilómetros, la opción más viable es el avión. Fuimos con EasyJet, una de esas compañías low cost que no te ponen aperitivos pero en las cuales puedes hacerte ida y vuelta por una cantidad bastante barata. Moverse por el país es relativamente fácil tanto en tren como en autobús, y aunque las carreteras no están en especial mal estado si es cierto que no son comparables con las de un país europeo occidental. Las gasolineras son un mundo aparte, ya que cada una tiene unos precios y puedes ahorrarte mucho dinero si tienes buen ojo.
Comer
Comer: La comida en Rumanía es barata, aunque muy distinta a la que se come en España. Es muy frecuente tomar grandes tazones de sopa antes de la comida, y luego mucha carne, casi todas las comidas llevan carne y por lo general muy especiada. Según nos explicaron, eso se debe a que están acostumbrados al frío y hacer digestiones pesadas les ayuda a tomar temperatura.
Dormir
Dormir: también nos pareció barato, aunque nosotros solemos ir a hoteles, hostales y/o apartamentos que no tienen muchos lujos. Respecto a donde alojarse en Bucarest no podemos decir nada, pues estuvimos en una casa privada, pero en Bucovina y Transilvania dormimos en una casa rural y en un caserón medieval a muy buen precio, experiencias que merecen la pena y que cuentan con un pequeño toque draculesco.
Dinero
Dinero: Es una moneda extraña de usar, en la que apenas se ven monedas (nosotros solo las vimos usando el metro) y todo va por billetes. 1 lei es aproximadamente 0.30 euros. La vida allí es mucho más barata, así que el presupuesto, que normalmente lo llevamos ajustado al máximo, aquí es más relajado en cuanto a compra de regalos y caprichos.
Para obtener la moneda es recomendable no cambiar, nosotros lo que hicimos fue llevarnos la tarjeta de aquí y sacar en un banco de la Société Générale, y aunque nos cobraron 3€ por la transferencia es preferible antes que ir con los euros en el aeropuerto y todo eso.
Seguridad
Seguridad: como en todo el mundo hay zonas con peor pinta que otras. Cuando íbamos a ir para allá, padres y abuelos nos dijeron que tuviésemos cuidado. Ocurre como en todos lados, hay algunas zonas que se las ve chungas, eso es algo también aplicable a Madrid, Barcelona o San Sebastián, pero con sentido común no habrá problemas.
Llegada a Bucarest la capital de Rumania y tour nocturno
(Día 1)
Volamos desde el aeropuerto de Barajas (Terminal 1) con Easyjet. Los billetes los cogimos más o menos tres meses antes, y nos costaron 100€ ida y vuelta a cada uno (un buen precio viendo referencias en páginas como esta guía de Bucarest). Era la primera vez que volábamos con Easyjet y la verdad es que la primera toma de contacto fue rara por no haber asientos reservados. El caso es que no hubo ningún problema y con el tiempo nos hemos acostumbrado a este tipo de cosas derivadas de volar con low-cost.
El vuelo eran, en principio, 4 horas. Salimos a las 16:50 y llegamos a las 21:45, ya que hay que poner una hora más en el reloj porque allí es otro horario. En cualquier caso el vuelo fue más o menos tranquilo, y además hubo cierto cachondeo porque las azafatas no sabían hablar rumano. Al llegar al aeropuerto de Rumanía (Aeropuerto Otopeni) pasamos a una especie de aduana, en la que nos pidieron el DNI, apuntaron nuestros datos en un ordenador y demostraron que para ser policía de frontera tienes que ser borde. Muy malas maneras y miradas de superioridad. Nada más pasar eso cogimos las maletas, que como casi siempre salieron de las últimas, y entramos a la terminal.
Allí nos estaban esperando nuestros tíos y nuestro primo pequeño. Así, cogimos las maletas, las plantamos en el coche y nos propusieron darnos una vueltecita por Bucarest, para ver la ciudad de noche. Lo primero de todo nos enseñaron que en Rumanía las carreteras son una auténtica jungla: nadie respeta las normas. De hecho, nos hicieron demostraciones prácticas de ello que en España hubieran supuesto perder varios puntos del carnet.
En la pequeña ruta, que no duró más que una horita, vimos lo básico de la ciudad: el parque Herăstrău (aunque de noche se ve poquito), el edificio de la Prensa Libre(Presei Libere), el Ateneo… Lo que más nos llamó la atención fue el edificio más grande de la ciudad, que a su vez es el segundo más grande del mundo solo superado por el Pentágono: el Palacio del Parlamento, también conocido como Palatul Parlamentului, Casa Poporului, Casa del Pueblo… Se trata de un edificio que representa la locura del dictador comunista Ceauşescu, pues para construirlo echó abajo barrios enteros, tuvo trabajando a miles de personas las 24 horas del día… De hecho, muchos rumanos no le tienen especial cariño. En cualquier caso es un edificio enorme, espeluznante, que te hace pensar en cómo la locura de un solo hombre puede decidir el destino de miles de personas.
Tras la visita ya hacía sueño, y fuimos a casa de nuestros tíos, que estaba en un barrio céntrico. La cena fue típicamente rumana: ¡¡tortilla de patatas y croquetas!! Según nos dijeron, ya nos podíamos ir acordando de ese tipo de comida, pues no la íbamos a ver hasta que no volviésemos a España. Así, las primeras horas en Bucarest tocaron a su fin. Al día siguiente veríamos todo lo que pudiésemos de la ciudad, y había que estar descansados.
Descubriendo Bucarest – Que ver (Día 2)
Nuestro segundo día en Bucarest prometía, ya que en principio deberíamos aprovechar para ver la mayoría de lugares de interés de la ciudad, salvo los museos que los dejamos para el último día. Era divertido simplemente asomarse a la ventana y ver como la gente paseaba con su ritmo de vida normal, haciendo cosas cotidianas que sin embargo a nosotros nos ponían en contacto con una cultura distinta.
Lo primero que hicimos al levantarnos fue ir a ver el mercado que estaba al lado de casa. Estaba dividido en tres partes: puestos de plantas y de frutas que se entremezclan en la calle, algo similar pero metido en el interior de una especie de centro comercial y, en su parte superior, un gran número de pequeñas tiendas. En un lateral del mercado había un Fornetti, una cadena de comida rápida que se ve por todo el país y que vende cosas saladas fundamentalmente, como hojaldres rellenos de carne. Nuestro primo pequeño se compró un bollo salado, y la verdad es que tenía buena pinta.
En el primer tramo de paseo entramos a una pequeña biserica de barrio, nada turística y similar en cuanto estructura a un gran número de las que se suelen ver por la ciudad. Lo primero que vimos es que la gente se santiguaba tres veces y que los edificios ortodoxos son bastante distintos a los católicos. Lo que más nos llamó la atención fue que había dos estructuras de metal fuera de la biserica en la que la gente pone velas: una es para los vivos (vii) y otra para los muertos (mortii). Antiguamente estaban dentro de las bisericas, pero el humo oscurecía las pinturas. Con un rápido paseo por la ciudad te das cuenta de la cantidad de desigualdad que hay, pues ferraris y casinos se intercalan con edificios en muy mal estado.
Al poco llegamos al Ateneo de Bucarest, que es precioso. Es de estilo neoclásico, y la verdad es que recuerda a edificios como el Panteón de París – no en vano Bucarest es conocida como “el París del este”-. Nos hicimos unas cuantas fotos y seguimos el rumbo. Vimos un suelo formado por troncos cortados que nos llamó la atención y el cual ha sido durante mucho tiempo nuestro wallpaper. También vimos un monumento raro que era como un huevo pinchado en un palo.
En Bucarest hay edificios que llaman la atención por su desatino arquitectónico. Toda la ciudad (actual) fue concebida por Ceauşescu como algo monumental, y a veces te encuentras con edificios antiguos de dos alturas a los que se les han incorporado doce más con una arquitectura post-moderna. Un buen ejemplo de eso es un Novotel de la calea Victoria. Otra cosa peculiar es que las calles principales son monumentales, pero entre medias hay callejones angostos y oscuros, totalmente abandonados, que también son dignos de visitar.
De pronto apareció un edificio que destacaba entre los demás: el Cercul Militar National, o lo que es lo mismo, la sede del ejército rumano. En lo alto ondeaba la bandera del país, y en la parte baja hay una cafetería que tiene bastante fama. Es impresionante a la vista, y sin duda cumple con la función estética desde el punto de vista militar, así que nos hicimos unas fotitos.
Lo siguiente fue meternos de lleno en la zona universitaria, donde vimos varias cosillas, como el edificio principal de la Universitatea, la sede del Partidul National Liberal y del Partidul Social Democrat o la Banca Comercial Romana, el equivalente al Banco de España. Es una zona pintoresca, con aroma a principios del siglo XX gracias a los trolebuses que por allí se ven.
Dejando de lado la zona universitaria llegamos a uno de los edificios más curiosos a nuestros ojos: una biserica ortodoxa. La denominada Biserica Sfântul Nicolae(también conocida como Biserica Rusa y Biserica Studentilor) es parecida a las que siempre se ven en los documentales sobre Moscú, con formas muy redondeadas. El interior estaba en obras, pero a pesar de ello se encontraban celebrando una fiesta en la que varias personas llevaban comida y la compartían con los demás. A nosotros nos invitaron y nos ofrecieron un trozo de tarta metido en un vaso a presión que estaba realmente delicioso.
Seguimos pateando la ciudad, esta vez sin rumbo fijo. Sin embargo, todo parecía estar cerca en Bucarest, y sin darnos cuenta llegamos a la Biblioteca Nacional y a la Banca Naţională a României, que es algo así como el Banco de Rumanía. De camino pasamos a ver un montón de restaurantes, y todos tenían una pinta genial a buen precio. Siguiendo con el paseo, llegamos a una galería comercial de estilo italiano, muy parecida a las que hay en Milán o Roma. Estaba llena de tiendas que parecían muy caras, y para colmo algunas vendían supuestas antigüedades egipcias. Es curioso, pues dentro nos encontramos con un francés que iba pidiendo dinero totalmente trajeado.
Casi sin darnos cuenta llegamos a uno de los lugares más pintorescos de la capital rumana: Lipscani. Se trata de un barrio comercial que data de la Edad Media, y en él se pueden encontrar desde las tiendas de artesanía más lujosas -de cristales, fundamentalmente- hasta la pobreza más absoluta. De camino a allí nos encontramos con el rodaje de una película y con el CEC, un palacio impresionante. Una vez allí, pasamos a varias tiendas, lo cual era toda una aventura. Lipscani es impresionante, tiene un aroma un tanto decadente pero sin duda es un lugar que merece ser visitado.
Dentro de Lipscani hay algunas cosas más que merecen la atención. Por un lado, el Amsterdam, antiguo y frecuentadísimo bar que hoy es un anticuario, y el cual conserva los carteles de ambos establecimientos. Por otro lado está el Hanul Manuc, una antigua posada que hoy es uno de los mejores restaurantes de la ciudad, la cual estaba de obras y no pudimos visitar ni ofreciendo sobornos.
Nuestra siguiente parada era el edificio más emblemático de Bucarest, aunque previamente pasamos por el centro y vemos algunas cosillas. Por un lado, el Río Dâmboviţa, el cual baña la ciudad -pero la baña de verdad, no como el Manzanares a Madrid-. Por otro lado, vimos a unas chicas vendiendo unas hierbas que, según nos contaron, sirven de alimento a los más pobres.
En cualquier caso, por fin llegamos al Palacio del Pueblo, el cual recibe mil nombres tanto en rumano como en castellano. ¿Qué decir de él? Es espectacular, impresiona ver un edificio de tal tamaño -es el segundo más grande del mundo, y eso que dicen que todo lo que tiene de alto lo tiene de profundo como búnker-. Se trata de la obra maestra de un loco, el dictador Nicolae Ceauşescu, que para su construcción derribó barrios enteros. Según con que rumano hables, te dirá que es una ofensa que siga estando el edificio en pie, o que le da igual.
Sea como fuere, con el paso del tiempo se ha convertido en un símbolo de Bucarest, y cuando fue la cumbre de la OTAN un mes después de nuestra visita se celebró allí. Como curiosidad, en Eurovision los famosos “points” los dan desde allí los rumanos. Verlo por fuera es impresionante, pero entrar no se queda atrás. Se podría hablar largo y tendido del mármol y la madera que hay dentro, pero lo que más te sobrecoge es la posibilidad de salir al balcón al cual Ceauşescu salía a dar sus discursos. La visión es sobrecogedora, ponerse en la piel de un lunático egocéntrico así sencillamente te deja helado.
A estas horas comer era ya una necesidad, y nuestros tíos decidieron llevarnos a “Casa Mama“, un local de comida típica rumana. En él probamos varios platos que luego hemos echado de menos: en primer lugar, unas riquísimas ciorbas (son sopas enormes, una de pollo y otra de carne); en segundo lugar, mititei y sarmale (dos tipos de salchichas) acompañados de mămăligă, una especie de puré de maíz muy típico de allí; de postre, crepes riquísimos. Preguntando por los ingredientes de las salchichas, la respuesta fue clara: “todo lo que lleva dentro un cerdo”. De postre también había helados, uno de sabor a “Málaga”.
Tras la comida nos dimos cuenta de un pequeño error de cálculo: en Bucarest los museos cierran relativamente temprano. A partir de las 17:00 casi todo estaba cerrado, por lo que nos quedamos sin ver algunas cosillas -que luego, por suerte, pudimos ver en Bucarest unos días después-. Sin embargo, pudimos hacer otras visitas, como a la tienda del Muzeul Ţăranului Român o Museo del Campesino. En ella vendían cosas típicas de todo el país, así que aprovechamos para comprar unas cucharas de madera típicas de Maramures, región a la cual no íbamos a poder ir en esta ocasión. Las cosas típicas de otros lugares ya las compraríamos allí. Por cierto, a las afueras de la tienda del museo, y tras hacer las pertinentes compras, había una iglesia de madera típica de esa zona del país.
Sin embargo, cuando salimos de viaje somos imparables, así que como algunas cosas estaban cerradas tuvimos que ir a las que estaban abiertas, y la mejor opción era, al norte de la ciudad, el enorme Parque Herăstrău. Más que un parque con estanque es una llanura con un pantano: ¡qué cosa más enorme! Es el auténtico pulmón de la ciudad, pues en invierno la gente va a patinar sobre el lago y en verano a alquilar barquitas como en el Retiro. En el parque hay muchas cosas curiosas: sauces llorones, paseos enormes, estatuas-cabezas gigantes… Por supuesto, aprovechamos para hacernos fotos por doquier.
Así, la noche nos fue ganando terreno. Antes de ir a casa nos fuimos a tomar algo cerca de la embajada de España, donde vimos lo diferente que es la actitud de la hostelería rumana y de la española. Era casi la hora de cenar, y las mesas estaban montadas con todo tipo de ornamentos para la cena. Cuando dijimos “only drink”, la camarera, con una sonrisa en la boca, empezó a retirar todo. En España lo más normal hubiese sido un “drink no”. Ya de vuelta a casa, vimos uno de los problemas de Bucarest: el aparcamiento. Por todos lados hay lo que se conoce como “gorrillas”, solo que en vez de cobrarte por “ayudarte” a aparcar lo que hacen es guardar sitios a gente que les ha pagado previamente. Por mucha mirada del tigre que les hagas no se amedrentan.
Nuestra segunda jornada en Rumanía había llegado a su fin. Ahora había que reponer fuerzas, pues al día siguiente empezaría nuestra ruta por los monasterios del norte y por Transilvania, la cual nos llevaría tres días fuera de casa. Así que… ¡A dormir!
¡Rumbo al norte de Rumania! (Día 3)
En nuestro tercer día en Rumanía iniciaríamos una ruta que nos llevaría por toda la zona norte y centro del país. La idea era ir a ver los monasterios de la región de Bucovina(algunos pegados a Moldavia), luego ir a ver algunas ciudades de Transilvania como Sighisoara o Brasov y por último ir a ver algunos castillos, como el de Bran. Sin embargo, habría cosas que no podríamos ver y otras que, sin estar previstas, resultaron increíbles. A la derecha se puede ver, en cualquier caso, la ruta que hicimos.
Lo primero de todo, decir que a través de nuestra tía, que contactó con una empresa de allí, la ruta la haríamos en un coche -Volkswagen Passat nuevecito- con chófer, algo impensable para nuestra economía. Sin embargo, el trayecto de tres días, incluido alojamientos, comidas, visitas y chófer nos costó 200€ aprox. a cada uno, por lo que quedamos más que satisfechos. El conductor, cuyo nombre sigue siendo una incógnita -¿Dorum? ¿Donut? ¿Durun?-, nos hizo conocer la cultura rumana desde su propio punto de vista, pues en todo el viaje no dejamos de hablar en inglés con él.
La mañana se hizo larga, pues decidimos subir arriba del todo del tirón y luego ir bajando viendo cosas. Salimos a las 8:00 de la mañana, y hasta la hora de comer no vimos nada en condiciones. Sin embargo, el viaje estuvo plagado de curiosidades. Lo primero de todo que queremos destacar es el conductor, el cual era muy simpático. El tema estrella, para ir cogiendo confianza, el fútbol y la Eurocopa 2008 que posteriormente ganaría España. Además, cuando le dijimos de donde somos y oye que Erika es de Getafe empieza a hablar de Cosmin Contra. Por otro lado, las carreteras de Rumanía no son tan malas como las pintaban: la mayoría de las principales están perfectamente asfaltadas, y tienen un carril con un arcén enorme que la gente utiliza como segundo carril. De camino al norte pasamos por el Mausoleo de Mărăşeşti, un monumento que rinde homenaje a los soldados rumanos caídos en la I Guerra Mundial, y por un mercadillo de campesinos gitanos.
Seguimos haciendo kilómetros, y las conversaciones con ¿Donut? cada vez eran más animadas. Cuando se enteró de que somos historiadores nos empezó a contar cosas interesantísimas de héroes rumanos, las cuales amenizaron el viaje. También vimos que había un montón de gente haciendo auto-stop, como en la España de los 70.
Es cierto que todo tenía un aroma a esa época, sobretodo en el sentido de aprovechar los recursos del medio. Cada pueblo vendía algo típico de allí: leche, patatas, pescado… Todo ello transportado en unos carruajes de madera tirados por caballos que van por la carretera. Por otro lado, en cada pueblo hay una biserica ortodoxa, todas con un diseño muy parecido y casi siempre acompañadas de un pozo. También hay pequeños altares en algunas casas. A pesar de todo también hay ciudades “al uso”, como Piatra Neamt, en la cual aprovechamos para comer shaorma, una especie de pollo ahumado con patatas fritas y repollo crudo, y estirar las piernas antes de llegar al primer monasterio.
Por fin llegamos al primer monasterio de los siete que vimos: el Monasterio de Agapia. Todos los monasterios comparten unas características similares: están rodeados de muralla, en el centro está el edificio principal y anexos a la muralla otros que seguramente sean los domicilios de los popes ortodoxos. En todos hay que pagar la entrada y una tasa por fotos, pero suele ocurrir que no haya nadie en taquilla y pases de gratis, como en este caso. Este monasterio en concreto es el que menos nos impresionó, pero para empezar las visitas está bien a pesar de carecer de pinturas. Había poquita gente, sin duda es menos turístico que otros que visitaríamos más tarde.
La siguiente parada de nuestro viaje fue en el Monasterio de Neamt, el cual tiene en el exterior una biblioteca que hace las veces de tienda de souvenirs. Este es mucho más bonito, sin duda. El interior del monasterio es interesante de visitar, pues a pesar de los muchos turistas hay gente que está realizando su culto cotidiano ortodoxo, y es algo que muchos no habíamos podido ver antes. Las casas de los curas de Neamt siguen el mismo esquema que en Agapia, solo que esta vez están todas enmarcadas en un bonito porticado.
En este monasterio tuvimos nuestro primer encuentro con los famosos popes o curas ortodoxos, los cuales dan, cuanto menos, un poquillo de miedo. Van todo de negro, desde los zapatos hasta el gorro, y es curioso ver como se reparten las tareas: unos dirigen el culto, otros arreglan el jardín, otros cobran la entrada a los turistas… En la biblioteca-tienda de fuera, los dependientes eran curas, y uno de ellos al escucharnos hablar en castellano exclamó: “¡Barcelona! ¡Madrid”. A Erika, para responder cortésmente, no se le ocurrió otra cosa que decir “the monasterio is biutiful“. Auténtico diálogo entre civilizaciones. De vuelta al coche, donde nos esperaba Donut -él no entraba a la mayoría de los monasterios, los cuales conocía, salvo uno en el que buscaba a un conocido-, nos enseñó que había comprado unas pulseras muy chulas para su madre, su mujer y su hija.
Tras esta visita deshicimos algo del camino andado, y fuimos a nuestro siguiente destino, el Monasterio de Humor. Este fue el primero de los que visitamos en mostrar las famosas pinturas que decoran los exteriores de los monasterios. En la parte de abajo estaban algo perdidas, pero según la pared se acerca al techo las pinturas se conservaban mejor. Precioso monasterio, y además no había nadie. Cerca del edificio había una torre enorme a la cual se podía subir por una escalera diminuta y por unos pasadizos estrechísimos. Eso sí, desde arriba había una panorámica genial tanto del monasterio como de la pequeña aldea de al lado.
El último lugar que fuimos a visitar antes de irnos a la pensiunea en la que pasaríamos la noche fue el Monasterio de Voronet. Es claramente el más turístico de todos los que vimos ese día, y en buena medida eso se debe a las excelentes pinturas que presenta. Sobretodo destaca -y ahí nos hicimos la fotito- una representación del Juicio Final, en la cual se ven algunas escenas relacionadas con ese tema. El monasterio también tenía una torre, aunque menos espectacular que la de Humor. Al lado del monasterio había un pequeño mercadillo, en el cual hicimos algunas compras. Además, en el propio monasterio compramos 8 ó 10 huevos pintados típicos de la región, para luego regalar a toda la familia.
La noche se nos vino encima, y decidimos ir a nuestra pensiunea -una casita en medio de la montaña- para darnos una ducha calentita, cenar y descansar para el día siguiente. Nos alojamos en el pueblo de Voronet, como a un kilómetro del monasterio, y fue una experiencia gratificante. El pueblo está en mal estado y no se veía un alma, pero la casa, regentada por una familia encantadora, era un mundo a parte. Entre español, rumano y castellano estuvimos hablando con el “hombre de la casa”, que junto a su mujer nos ofrecieron una deliciosa cena a base de queso kashkaval con crema de yogurt, mămăligă y una carne un tanto extraña que no logramos identificar. De postre había una especie de bollo relleno de queso con azúcar por encima. A Eri le costó un poco cenar, pues todo lo ponen en grandes cantidades, pero en cualquier caso estábamos rendidos y tras la cena nos fuimos a dormir, tras haber llamado a España para dar señales de vida.
De los monasterios de Bucovina a Transilvania (Día 4)
Cuando te pasas un día entero haciendo cosas y con el coche de un lado a otro, por lo general sueles dormir muy bien. Ese fue nuestro caso, así que aprovechamos para madrugar -nos habíamos ido a dormir temprano- y poder ver más cosas. El desayuno, nuevamente servido por la familia que regenta la pensiunea, fue bastante fuerte, con tortilla de ajo y perejil, carne de la noche anterior fría (estaba bastante buena) y tostadas con mantequilla y frutas del bosque que ellos mismos recolectaban. Así, tras el desayuno recogimos las cosas y fuimos al coche, no sin antes pedirle al dueño de la casa hacernos una foto con él y con la pensiunea. Esto le llamó la atención en el mejor sentido de la palabra, pues se dio cuenta de lo cómodos que habíamos estado, así que nos dios un abrazo a cada uno y nos hicimos una foto, tras lo cual nos deseó buen viaje y suerte.
Ya en el coche, decidimos emplear la mañana en ver algunos monasterios más y tras ello meternos de lleno en Transilvania, lo cual significaba mucho coche. Además, para ver estas cosas nos metimos por carreteras en bastante mal estado, algunas con barro y con agujeros. De camino al primer monasterio vimos que un chico iba andando por la carretera de un pueblo a otro, al cual le recogió un camión para llevarle. Igualito que en España, donde nadie te hace un favor si no es por algo.
El primer edificio a visitar este día fue el Monasterio de Moldovita. Eso si, llegamos tan sumamente pronto que el monasterio estaba cerrado, y nosotros mismos tuvimos que abrir el portón de madera que cerraba el recinto. Además, no había nadie ni en las taquillas ni en la zona. ¿El problema? Que no pudimos visitar ese monasterio por dentro, aunque la verdad es que el interior de los mismos no era nada especial una vez has visto unos cuantos. ¿La ventaja? Como no había nadie, no pudimos pagar y entramos gratis. Según Donut, a esa hora los curas rumanos duermen. ¡Vagos!
El monasterio, a pesar de no haber visto el interior, es increíble. Las pinturas están en perfecto estado, y son realmente expresivas. Por un lado, Edu se hizo una foto al lado de una pintura que representa el asedio y la caída de Constantinopla de 1453, algo que despertó su frikismo durante todo el día. A la derecha se puede ver a Erika en una foto con todo el monasterio, en la cual se ven más detalles de las pinturas.
Tras las muchas fotos de rigor, y de leer la información que llevábamos sobre el monasterio in situ, nos volvimos a montar en el coche, esta vez en dirección alMonasterio de Sucevita. Seguía siendo más que pronto, por lo que nuevamente nos encontramos con que no había nadie y por tanto invitaba la casa. Además, había muy poca gente, solo una familia y nosotros. No obstante, tampoco pudimos pasar, aunque en este caso si había gente, pero estaban encerrados dentro haciendo algún ritual -lo vimos a través de la mirilla-.
Hablando ya del monasterio, lo primero es decir que el entorno es fabuloso, en medio de unas montañas que ya nos acompañarían el resto del camino. Además, el monasterio está dentro de una auténtica fortaleza, quizá antaño hubiese sido una zona conflictiva. Por otro lado, en uno de los lados del recinto nos encontramos una de esas pequeñas estructuras de metal en las que se ponen velas: una para los vivos y otra para los muertos. Como ya dijimos antes, antiguamente estaban dentro de los templos, pero el humo echaba a perder las pinturas.
El monasterio en sí sigue la misma línea que los anteriores, con unas pinturas preciosas -muy bien conservadas- y una arquitectura que no se parece en nada a lo que hay por España. En este caso había algunas zonas para el abastecimiento, como un depósito de madera o unos cuantos pozos, los cuales le encantaron a Eri. Sin embargo, teníamos tantas ganas de ir a Transilvania que empezamos a ver los monasterios cada vez más rápido, y decidimos ir a solo uno más.
Así, el elegido fue el Monasterio de Putna. Este es el más al norte que visitamos, el cual está a tan solo 12 kilómetros de la frontera con Ucrania. La sensación fue la misma que en el anterior: está mucho más fortificado que el resto. Además, este carecía de pinturas, y aunque desconocemos si las ha perdido lo cierto es que si hubiese estado en una zona de conflicto sería lógico que no hubiese tenido. La zona es más que peculiar, era la que más popes tenían trabajando en el mantenimiento del entorno. De hecho, en la montaña de alrededor se podía leer “Stefan”, en honor a Esteban III de Moldavia -también conocido como Esteban el Grande-. Es un auténtico héroe nacional, Donut nos habló maravillas de él y de su labor como estratega y como dirigente.
Lo curioso es que en este monasterio, a pesar de que había un cura trabajando la tierra en la entrada, no hizo ningún ademán de cobrarnos, y pasamos a verlo sin más. Sin embargo, como Erika es poco discreta, no se le ocurrió otra cosa que ponerse a hacer fotos al lado suyo, y entonces nos pidió la tasa de muy malas maneras con toda la razón del mundo. Además, al salir quisimos ir al baño, y nos intentaron cobrar 1 lei por usarlo, el cual obviamente no pagamos. Les hicimos un favor usando el baño sin pagar, porque la otra opción, como españoles que somos, hubiera sido mear entre un par de pinos.
Ahora ya sí, nuestra etapa viendo monasterios había finalizado, y nos pusimos en camino a Transilvania. Donut nos dijo que había dos caminos: el rápido y el bonito, y optamos por el segundo. Tardamos un poco más, pero pudimos pasar por unos acantilados impresionantes y por un lago del que ahora hablaremos. Lo primero que hay que decir es que cruzando los Cárpatos nos cayó una nevada impresionante, y a punto estuvimos de quedarnos tirados con el coche. El paso hacia la zona de “los vampiros” se hace a través de un parque nacional, en el cual paras a medio camino para maravillarte con las impresionantes vistas.
Debido a la nieve y a las escarpadas carreteras nos retrasamos más de la cuenta, y tuvimos que comer al lado del Lacu Rosu, en el típico sitio para guiris. La comida estaba rica -una ciorba de albóndigas y filete y salchichas-, pero nos cobraron más leis de lo habitual y así no se hace la digestión igual.
Una vez comimos pudimos visitar el lago, y la verdad es que mereció la pena desviarse un poco: ¡qué preciosidad! Estaba totalmente congelado -según Donut en verano allí se alquilan barquitas-, y todo estaba lleno de pinos, bruma… De película, vamos. Además, había troncos encima del hielo, e incluso nos planteamos caminar por él, pero tras tirar un par de piedras pensamos que no era buena idea. El Lacu Rosu es uno de esos lugares de los que los rumanos se sienten orgullosos, y Donut no paró de decirnos lo divertido que es venir en verano con las barcas, en invierno con la nieve, en otoño con los colores y en primavera con las flores. Vamos, que es una zona perfecta para cualquier época del año.
En cualquier caso, ya sí que decidimos no parar hasta llegar a donde pasaríamos la noche: Sighisoara. Esta preciosa fortaleza medieval nos esperaba, y a pesar de la nieve -que era mucha, por lo menos metro y medio se acumulaba en los arcenes- decidimos seguir hacia ella lo más rápido posible.
A Sighisoara llegamos ya de noche. Teníamos reservada una habitación en Casa Wagner, un hotel en plena ciudadela. Al llegar, hay unos guardias que solo te dejan subir en coche si demuestras que tienes una reserva hecha, medida que según nos comentó Donut está fomentada por los alojamientos de la zona baja -la ciudad nueva- para ganar clientes. En cualquier caso llegamos a nuestra habitación, en plena plaza del pueblo, y la cual merece mención aparte.
¿Transilvania? ¿Vampiros? Algo así, pero con encanto y mucho estilo. Se trata de un caserón impresionante, a tan solo 500 metros de la casa natal de Vlad Tepes -o, lo que es lo mismo, Drácula- y decorado de época. Es sensacional, y cumple con todos los tópicos: un recepcionista con cara de vampiro, un piano en el pasillo y alfombras preciosas. Quedamos encantados con el sitio, la verdad es que es recomendable por el aroma a Historia que desprende.
No sabíamos donde cenar, y la verdad es que la ciudadela estaba llena de sitios para guiris. Nosotros quisimos algo más auténtico, y través de pasadizos que daban bastante miedo llegamos a una zona con algunos sitios más para comer, unos pubs y una tienda de ultramarinos. Como andábamos algo justos de dinero, decidimos comprar en la tienda de ultramarinos e irnos a la habitación.
La cena de lo más básico: embutidos, quesitos -aquí los hay de varios tipos, no solo “quesitos” como en España-, pan, fruta y chocolate. El embutido estaba demasiado fuerte, y Erika incluso se puso mala, pero los quesitos y el chocolate merecieron la pena. Sea como fuere, estábamos rendidos, y decidimos irnos a dormir, no sin antes poner un rato la tele y ver Un Paso Adelante doblado al rumano. También vimos que tienen un canal de telenovelas en castellano subtituladas en la lengua del país. Increíble pero cierto, según Donut hay muchas rumanas que están aprendiendo castellano a base de frijolitos y gavilanes.
Sighisoara, Braşov, Bran y Sinaia (Día 5)
Era nuestro último día en ruta y había mucho que ver, o dicho de otro modo: tocaba un nuevo madrugón. Sighisoara es una ciudad que si llegas de noche da un poco de miedo, pero de día la cosa cambia para tomar un cariz romántico que no hay que pasar por alto. Las primeras diferencias las encontramos en nuestro hotel, pues tenía un aspecto muy diferente a pesar de seguir siendo igual de bonito. También entraba el desayuno en buffet libre, aunque Erika no lo aprovechó por estar mal con el estómago por la cena del día anterior. Edu por su parte desayunó tostadas con mantequilla, jamón, leche con cereales, yogurt y un zumo.
Así pues, empezamos la ruta por la ciudad, a la cual nos acompañó Donut, que hizo de guía. Lo primero que había nada mas salir de nuestro hotel, en el que dejamos la maleta, era la Casa del Ciervo, un curioso edificio que tenía dos cuerpos de animal pintados que se unían en una esquina, de la cual salía una cabeza con unos cuernos enormes. Al lado estaba la Casa natal de Vlad Tepes, la cual tampoco es nada del otro mundo desde el punto de vista arquitectónico. Hoy en día es un restaurante, aunque por suerte estaba cerrado -normalmente despliegan una terraza- y pudimos hacernos una foto en la puerta.
Lo más interesante de Sighisoara, más que un edificio en concreto -y mira que los hay de interés-, es pasear y perderse por sus estrechas calles con casitas de colores. Toda la ciudadela medieval está declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y a pesar de eso algunos edificios están en muy mal estado. El que sí estaba en buen estado era el Ayuntamiento viejo de la ciudad, el cual para nuestro gusto no pegaba en medio de tanta arquitectura medieval.
Sighisoara desprende un aroma medieval, romántico y tenebroso a la vez. Era pronto y había niebla, por lo que todo tenía un aspecto digno de Bram Stoker. Por aquí y por allá te encontrabas detalles propios de una novela: una estatua de Vlad Tepes, edificios siniestramente puntiagudos, árboles con ramas afiladas…
A continuación fuimos al pasaje de las escaleras. La ciudad, que ya de por sí está en altura, cuenta con un pequeño promontorio al cual se accede por túnel de madera con 172 escalones -contados por Erika-. Es curioso, porque arriba está la escuela del pueblo, y cuando fuimos había chavales de camino allí subiendo con mochilas enormes. Eso sí, en la parte de arriba no solo había una escuela, sino cosas que daban mucho miedo. Por un lado, había una muralla en mal estado, la cual tenía un agujero. Pasando por él, llegamos al típico camino brumoso, como nos picó la curiosidad decidimos seguirlo hasta llegar al final: una verja de hierro oxidada típica de Resident Evil. Creo que, para dar más miedo aun, alguien decidió poner el cementerioen la parte alta de la ciudad. Allí vimos la tumba de la familia Wagner, los dueños del hotel en el que pasamos la noche.
La parte de arriba, aunque pequeñita, tiene mucho jugo. Por uno de sus extremos pudimos contemplar las montañas que hay alrededor de la ciudad, y nuevamente obtuvimos una panorámica de película. Transilvania es una región preciosa, y a pesar de todas las historias de vampiros no nos topamos con nadie que quisiese mordernos el cuello.
Lo último que nos quedaba por ver en Sighisoara era la Torre del Reloj. Se trata de toda una referencia en la ciudad, pues casi desde cualquier punto se ve, y está más o menos céntrica. Las cuatro plantas de la torre han sido musealizadas, y en cada una se pueden ver cosas muy distintas: desde la historia de la ciudad hasta el mecanismo del propio reloj. La parte de arriba también es muy interesante, porque se pueden ver todos los tejados rojos de la ciudad -nos recordó a Bolonia– y además hay carteles que marcan la distancia en kilómetros a otros puntos del planeta, como Madrid (2360 km.) o el Polo Sur (14025 km.). Eso si, aunque sea una visita imprescindible es la más cara, solo por hacer fotos nos quisieron cobrar una tasa de 30 leis. Abajo había una tiendecita en la cual nos compramos unos pósters fabulosos. Por las diferentes plantas nos encontramos con otra pareja de españoles, y al salir había un grupo enorme también de españoles.
Así llegamos al final de nuestra visita a Sighisoara, para meternos en el coche dirección a Brasov. El trayecto no se hizo nada pesado, pues ya estábamos más que acostumbrados al coche, aunque nuestro culo cada vez sufría más. Brasov -llamada La ciudad Stalin entre 1950 y 1960- está más al centro del país, es una de las ciudades más importantes de Rumanía y tiene hasta su propio equipo de fútbol en primera división. La visita a la ciudad fue fugaz, puesto que queríamos ir a ver un par de castillos antes de volver a Bucarest, así que vimos lo imprescindible una vez aparcamos en pleno centro a 3 leis la hora.
Brasov no es una ciudad excesivamente grande, aunque hay algunas cosas que no se encuentran fácilmente y es posible perderse. Para que no pase eso, aquí está un plano de Brasov que hemos hecho nosotros mismos. Con este mapa podréis ver los edificios más destacados de esta preciosa ciudad rumana.
Nuestra primera parada fue la Bâserica Neagră -es decir, Iglesia Negra en castellano-. La original data del siglo XIV, pero se la conoce como “negra” desde la reconstrucción del XVII. Es un símbolo de la ciudad y quizá de la zona, una visita obligada que merece la pena. Lo primero que hay que decir es que no es tan negra como dicen, más bien mulata. Tras pagar los leis de rigor entramos a visitarla, y la verdad es que no nos defraudó lo más mínimo. Tiene un órgano digno de ver, la luz de las cristaleras ilumina todo y el suelo está protegido con madera, aunque no afea lo más mínimo. Además, parte de la iglesia está musealizada, y entre muchas cosas en rumano vimos a Magallanes e Ignacio de Loyola.
Al lado del edificio había un colegio en pleno recreo, con niños jugando al escondite. Y a dos pasos de la Iglesia Negra está la Piaţa Sfatului o Plaza del Consejo. Es la plaza central, la cual tenía ajetreo pero no el comparable al de la Plaza Mayor de Madrid, por ejemplo. El día era espléndido, por lo que decidimos dar un paseo y curiosear en cada rincón de la plaza. Lo primero que vimos fue un montón de pájaros, esperando a que la gente les diese comida o a salir corriendo cuando los niños iban a asustarlos. En otra parte de la plaza había una oficina de turismo, pero no necesitábamos más mapas. También quisimos entrar a un baño, pero costaba 1 lei, así que entramos a un KFC a mear gratis.
La plaza tiene todo tipo de casitas de colores en los alrededores, pero el edificio que más destaca es la Torre de las Trompetas. A su alrededor había unos cuantos puestos de pulseras y demás, pero nada que nos llamase la atención. Así, nos pusimos a dar una vuelta por la ciudad, viendo alguna que otra iglesia y buscando la muralla, la cual encontramos pero tampoco era gran cosa.
De vuelta a la plaza, encontramos una máquina para enviar emails con foto gratis, así que nos hicimos una foto y se la enviamos a nuestros papis. Luego descubrimos que en otros puntos turísticos, como en el castillo de Bran, había máquinas similares. Ya de vuelta al coche nos dimos cuenta de que, en la montaña de al lado del pueblo, han puesto las letras de la ciudad al modo de Hollywood. Sin duda cada vez son más occidentales.
Muy cerquita de Brasov está el castillo de Drácula, así que nos pusimos en camino. Eso sí, dimos un poquito de vuelta porque Donut nos quiso enseñar Poiana Brasov. Está a unos kilómetros de Brasov, y es una especie de complejo turístico con pistas de esquí, restaurantes, hoteles de lujo… Vamos, el equivalente a los cientos de campos de golf con hoteles que están haciendo por España, pues para hacerlo se han cargado media montaña. Como ya no había nieve estaba más o menos vacío, así que poco vimos. Eso sí, antes de eso fuimos a un mirador en la montaña desde el cual se veía la ciudad de Brasov, una bonita imagen a modo de despedida.
Por fin llegamos a una de las pocas cosas que conocíamos -de oídas- antes de planificar este viaje: el Castillo de Bran. Se trata del principal foco turístico del país, el cual ha sido utilizado para el rodaje de numerosas películas de Drácula y fue el modelo que siguió Bram Stoker para diseñar el castillo de su personaje. Lo primero de lo que nos dimos cuenta, al llegar, es que toda la región parece vivir del turismo, pues la afluencia de gente es masiva. Nosotros fuimos a la hora de comer y no tuvimos que hacer colas, pero parecía preparado para ser visitado constantemente. Así, una vez nos maravillamos con la imagen del castillo -está encima de un promontorio rocoso- decidimos aventurarnos dentro de él.
Aunque es una visita obligada y sin duda merece la pena, el castillo tampoco es nada del otro mundo desde el punto de vista visual, y se pueden ver otros mucho más bonitos. Todo el interior ha sido musealizado, aunque tampoco con mucho esmero, la verdad. Con eso de que pagamos una tasa por hacer fotos nos retratamos en cualquier rincón, pero la mayoría de las salas que visitamos no tenían nada de interés. La parte que más nos gustó del castillo fue el patio interior, pues tenía algunos balcones que eran bastante bonitos y tejados muy pequeños.
En el patio interior había un pequeño pozo en el cual la gente tiene costumbre de dejar dinero. Como el pozo está tapado lo dejan por encima, y la imagen era curiosa, pues andabas entre montones de monedas y billetes que tu honradez te impedía tocar. Poco más hay que destacar del castillo. No es que nos decepcionase, porque normalmente los sitios más turísticos son menos bonitos que aquellos que no tanta gente visita, pero si no fuese por toda la historia de Drácula que hay alrededor del castillo seguramente no lo hubiésemos visitado.
En la parte de abajo del castillo había un mercadillo enorme, al cual no pudimos dejar de pasarnos. En él compramos objetos de madera, tazas, unos muñecos… Todo baratísimo. Sin embargo, daba mucha pena ir allí y ver con la cara de necesidad que te miraban los vendedores, a pesar de ser una zona rica por el turismo esa gente parecía muy pobre. Uno de ellos tenía un perro de la misma raza que el de Edu, así que le hicimos una foto.
Con un poco de pena, puesto que ya solo nos quedaba una parada en nuestra ruta, dejamos el castillo de Bran para encaminarnos a la ciudad de Sinaia. Allí fuimos directos a ver el Castillo de Peles, infinitamente más bonito que el de antes. Hubo un problema, y es que ese día el castillo cerraba. Sin embargo, quisimos ir a verlo por fuera, por lo que bajamos del coche y empezamos a andar. 200 metros antes del castillo apareció un guardia que, aunque en un principio parecía querer echarnos, lo que en realidad quería era que le sobornásemos para pasar, así que le tuvimos que dar 10 leis de una manera más que poco discreta.
Tras ese pequeño encuentro con la corrupción rumana, pudimos ver unos exteriores que sencillamente eran fabulosos. Hay algo que nos llamó la atención de Rumanía: usan la madera para casi todo y sin embargo siguen conservando sus bosques en perfecto estado. El castillo de Peles es increíble, tanto por su arquitectura como por los jardines que tiene alrededor. Es una pena no poder haberlo visitado por dentro, pero ya volveremos.
Al lado de ese castillo estaba el Castillo de Pelisor, que parece sacado de un cuento de muñecas. Según nos contó Donut, era el castillo de la reina, y el de Peles era del rey. En cualquier caso es precioso, todo con detalles de madera y siguiendo con el estilo del castillo anterior. A su lado había un caserón de madera, el cual estaba en bastante buen estado.
La verdad es que el rey que construyó esto lo tenía todo bien pensado. No solo le hizo un castillito a la señora reina, sino que además hizo varias casas enormes en los alrededores para el servicio. En la actualidad todos esos edificios han sido acondicionados como hoteles de lujo, tiendas e incluso la taquilla en la que comprar las entradas para el castillo. Como estaba cerrado no había nadie -solo otro grupo que subió a sobornar al guarda-, así que todo era paz, pajaritos cantando, ríos haciendo un ruido relajante… En ese paraje incomparable Donut nos dijo que ya tocaba volverse a casa, así que nos hicimos una fotito con él y nos metimos en el coche.
Así pues, lo único que nos quedaba era unas horitas de coche, un atasco enorme al entrar en Bucarest y la despedida con Donut, en la cual le pedimos el email para enviarle las fotos. Estábamos A-G-O-T-A-D-O-S, así que caímos rendidos. Al día siguiente nos tocaba ir a ver algunos museos y lo que nos quedaba de Bucarest, para coger el avión de vuelta a última hora de la noche. Qué rápido se acaba lo bueno.
Último día en Bucarest, Rumania (Día 6)
Pues sí, es cierto, todo lo bueno se acaba. Nuestro último día empezó con la pena típica de fin de viaje, pero también con el furor de querer ver muchas cosas, así que madrugamos, hicimos el equipaje y nos fuimos rápidamente a la calle. Lo primero fue ir al mercado de debajo de casa, en busca de unas cosas que nos habían encargado y que no logramos encontrar.
En este último día habíamos pensado ir a museos, y el que no podía faltar era el Muzeul Satului o Museo de la Villa, más conocido como “el museo de las casitas”. Se trata de un museo etnográfico al aire libre ubicado en el Parque Herastrau, en el cual se encuentran muestras de toda la arquitectura popular del país. Está organizado por regiones, y es enorme. En él vimos reflejadas casas que habíamos visto días atrás, y otras que no pudimos ver como las de la región de Maramures.
Nada más entrar nos encontramos con una familia española a la cual conocimos en el castillo de Bran el día anterior, y nos hicimos fotos mutuamente. Ellos también volvían ese mismo día a España, pero a media tarde, por lo que fueron bastante más rápido que nosotros. Del museo hay que destacar muchas cosas. Lo primero de todo es la variedad de las casas, aunque eso no hace sino reflejar la diversidad del país. Además, muchas casas se podían visitar por dentro, y en cada habitación había cosas típicas de la región en cuestión: mantas, objetos de madera, muebles… Incluso en una cama había un gato durmiendo.
Por otro lado, nos llamó la atención la cantidad de trabajadores que tenía el museo. Prácticamente había un par por cada edificio, y son como 70 u 80 edificios. De todas formas, el mes siguiente a nuestra visita había una cumbre de la OTAN en Bucarest, y es posible que lo estuvieran engalanando pensando en la visita de algún mandatario.
Había edificios de todo tipo: casas, molinos, iglesias de madera… Eso por no hablar de las vallas de las casas, los arados o las bodegas. Es una visita que merece la pena, y que sin duda el concepto de este museo debería ser exportado a otros países. En una mañana pasas un rato más que agradable paseando y conociendo la arquitectura popular de toda Rumanía.
Tras pasarnos la mañana pateándonos el museo, salimos fuera y aprovechamos, ya que estábamos en la zona más al norte de la ciudad, para ver algunas cosas que no vimos el primer día. Primero fuimos al Arcul de Triumf, un arco que ha sido reconstruido varias veces y que por tanto conmemora varias cosas: la independencia rumana de fines del XIX, los soldados caídos de la I Guerra Mundial… Lástima que estuviese en obras. Sin embargo, una vez has visto el de París los arcos de triunfo tampoco llaman tanto la atención. Luego nos fuimos a la Piata Charles de Gaulle, en la cual hay una estatua del mandatario galo.
Ahora nos fuimos a la zona centra de la ciudad, donde habíamos quedado con nuestros tíos para ver otro museo. Para ello cogimos el metro de Bucarest, toda una joya. Teníamos ganas de verlo, pues los suburbanos construidos bajo regímenes comunistas suelen ser auténticas obras de arte, y este no nos decepcionó. No es tan lujoso como el de Moscú, pero tiene estaciones -a las que fuimos, al menos- en buen estado, con vagones amplios y espaciosos y una cierta puntualidad. Al salir del metro, por cierto, nos topamos con una manifestación, pero nos tuvimos que ir porque pronto empezó la refriega, y había bastante tensión en el ambiente. Por cierto, cuando fuimos a Bolonia también nos pilló una manifestación.
Ya en nuestro objetivo, el Museo del Campesino, cuya tienda habíamos visto el primer día, estuvimos aprendiendo algo más sobre la historia de Rumanía. El museo tampoco es gran cosa, aunque a nosotros nos llamó mucho la atención, pues lo frecuente en los museos es ver la cultura de élites -reyes y demás-, y aquí todo era cultura popular, que es lo que más nos gusta. Vimos aspectos de la vida religiosa, familiar y educativa. Además, en la planta baja había un espacio temático dedicado a la etapa comunista del país.
Después nos fuimos a ver el Museo de Historia Nacional de Rumanía, el cual por razones obvias no podía faltar en nuestra visita. ¡Menuda decepción! Resulta que en las guías que habíamos consultado no ponía nada, pero llevaba en obras desde dos años atrás y no se podía visitar más que la planta baja. Un chasco, la verdad.
Eso hizo que nos perdiésemos muchas cosas interesantes, pero pudimos ver una tremenda reproducción de la columna de Trajano, con todo su programa iconográfico detallado, y el tesoro nacional rumano, todo en oro y con mención especial a las coronas que conserva. El edificio en el que está el museo también es impresionante, pero en cualquier caso nos quedamos un poco chafados por no poder verlo entero.
El viaje se acababa, pero antes de nada nos quedaba una última comida al más puro estilo rumano. La señora que trabaja en casa de nuestros tíos, Mariana, es rumana, y nos hizo la mejor comida casera: ciorba de pollo, mămăligă, sarmale (de parra y de col) y unos deliciosos crepes rellenos de chocolate.
Y así llegó nuestro viaje a su fin. Volvimos al Aeropuerto Otopeni, el origen de todo, y nos tocó un vuelo de cuatro horas en el cual hubo algunas turbulencias. Desde arriba pudimos ver Split, Roma y Valencia, según nos fue indicando el piloto.
Antonio
Me da vergüenza leer vuestras experiencias. Más cutres no podéis ser, dejar el mundo en paz. Dedicados a otra cosa.
María Jesús
Hola, me gustaría que me enviaras el contacto del coche con chófer nosotros somos 8 personas que iremos en febrero y nos gustaría contratar algo parecido.
Gracias
Marta
Pero qué bien me viene esto!!! Se baraja ruta por Rumanía este veranito, así que ya os daré la lata!!! 😉
Ana Pascual
Me ha encantado esta web. Me voy a Rumanía por i cuenta en marzo y me va a venir muy bien esta información.
Gracias
¿Podríais decirme donde conseguir un coche con chofer para tres días?
Gabriel
Hola Ana, muchas gracias por dejarnos un comentario
Nos lo han preguntado ya alguna vez, pero lamentablemente no sabemos cómo contratar un viaje como el que hicimos nosotros. Cuando viajamos a Rumanía, un familiar nuestro estaba viviendo allí y se encargó de todas las gestiones. En su momento le preguntamos, y nos dijo que no conserva el contacto
En cualquier caso, conocemos a mucha gente que ha hecho este viaje 100% por libre, es decir, alquilando un coche y conduciendo ellos mismos. Las carreteras no son malas en absoluto (imagínate algo tipo Grecia o así) y tendrás mucha más libertad.
Un saludo!